A los 32 años y después de 18 como jugador de baloncesto profesional, Ricky Rubio ha detenido el tren de alta velocidad de su vida y de su carrera por un problema de salud mental. Su decisión ha sido tan inesperada que hasta a sus compañeros y sus entrenadores les pasó desapercibido su estado, a pesar de que ya se habían reunido para preparar el Mundial que empieza el 25 de agosto.
Apearse a estas alturas del trayecto vital y profesional de un deportista de élite es cada vez más habitual. Les ha sucedido a Simone Biles, Michael Phelps o Álex Abrines. La proliferación de este tipo de trastornos es sintomática y preocupante. Y su detección resulta muy difícil. “Me fastidia no haberme dado cuenta. He estado con él y no hemos sido capaces de verlo”, dijo su amigo y capitán de la selección Rudy Fernández.
Los inicios de Ricky se fraguaron en el fútbol, pero rápidamente se dio cuenta de que no era lo suyo y siguió los pasos de su padre Esteve, exjugador y entrenador de baloncesto, y de su hermano Marc, también jugador, como después lo fue su hermana Laia. Cuando el 15 de octubre de 2005 el chaval de 14 años, 11 meses y 24 días se convirtió en el más joven en debutar en la Liga ACB, ya se le auguraba un prometedor futuro. Pero son muchos los que apuntan alto a esas edades y muy pocos los que llegan a triunfar. Por ejemplo, había quien vaticinaba que la estrella iba a ser su hermano Marc, que llegó a ser un fijo en las categorías inferiores de las selecciones españolas.
Los primeros pasos en la carrera de Ricky fueron vertiginosos. Lo ganó todo en Europa, primero con el Joventut, el club que lo meció en su cuna, y después con el Barcelona. Y también con la selección, con un título Mundial en el que fue el MVP, dos en el Europeo y una plata olímpica. En la NBA ha jugado 12 temporadas en las que, lastrado por las desgracias, el vaivén de equipos y las lesiones, sus destellos no obtuvieron un reconocimiento pleno. Pero que nadie se equivoque. Ha sido tres veces el mejor en porcentaje de robos de balón de la NBA y, de los jugadores en activo, solo una estrella como Chris Paul suma más a lo largo de su carrera. Ricky se ha metido ocho temporadas en el top ten de la lista de asistencias y es el décimo jugador de la NBA en activo que más acumula. Ha amasado un total de 128 millones de dólares de nómina (unos 117 millones de euros) en los cinco equipos de la NBA en que ha jugado. Tiene aún un año de contrato garantizado y la opción a otro más con Cleveland Cavaliers.
Llegados aquí, ¿cómo es posible que haya tenido que decir basta un jugador como él que ha conseguido tantos triunfos a pesar de haber tenido que batallar con tantas adversidades en su vida personal y profesional? A menudo, ni el propio deportista es capaz de argumentar qué le sucede. Algo le pasa, aunque no se sepa hasta qué punto le condiciona ese trastorno emocional. Precisamente por eso, Ricky ha estimado conveniente dar un paso al lado.
Su carrera ha sido muy especial, empezando por esa asombrosa precocidad. Sin embargo, de la misma forma que Ricky, con 14 años, no se dejaba intimidar por gigantes de 2,08 o 2,12 metros de 30 o 35 años, su sensatez, carácter y personalidad sorprendieron desde el primer momento también fuera de la cancha.
Aíto García Reneses, su primer entrenador en la élite y el Joventut, quiso protegerle de esa incipiente fama y le prohibió que hablara con la prensa. Pero, en 2006, en Linares, mientras la selección absoluta iniciaba en Japón el camino hacia su primer título Mundial, Ricky llevó al título de campeona de Europa a la Sub 16 con un partido antológico: 51 puntos, 24 rebotes y un triple para forzar la primera de las dos prórrogas y la victoria en la final ante Rusia. Se plantó ante los periodistas con desparpajo y una elocuencia superior a la de muchos veteranos. Con 17 años, ya con la absoluta, al lado de jugadores de los que tenía su póster en la habitación de casa, como Pau Gasol, admitía la dosis de realismo que precisaba su vertiginosa carrera: “Es fácil que se te vaya la cabeza. Gracias a mi familia mantengo los pies en el suelo”.
Asombró al mundo, fue titular en la final ante Estados Unidos y se convirtió, en Pekín, en el jugador de baloncesto más joven en la historia olímpica en ganar una medalla. Culminó su graduación en la Euroliga, llevando las riendas de un equipo que dejó huella: el Barça de 2010. Y empezó su periplo en la NBA con Minnesota.
Su familia siempre lo apoyó. Su madre, Tona, se encargó en sus inicios de muchos de sus asuntos profesionales, incluida su repleta agenda de relación con los medios de comunicación. En 2012 se le detectó un cáncer de pulmón a Tona, que no era fumadora. Falleció en mayo de 2016. Tenía 56 años. Fue un golpe tremendo para Ricky, que sufrió una depresión. “Estaba muy perdido”, dijo. “Me planteé muchas cosas, incluso dejar el baloncesto, porque no me ilusionaba”. Pero la promesa que le hizo a su madre, la de ayudar a la gente que sufre esa enfermedad, y en especial a los niños, le sirvió de revulsivo.
En octubre de 2015 ya había fallecido, también a causa de un cáncer, Flipp Saunders, su entrenador en Minnesota. En una carta publicada en noviembre de 2019, el base de El Masnou recordaba: “Tres días antes de que comenzara la temporada, estábamos en Los Ángeles preparándonos para jugar contra los Lakers. Nos comunicaron que Flip había fallecido. Fue un día muy duro. Y pensé en mamá. Para entonces su cáncer había vuelto”. Y ya, en referencia a la pérdida de Tona, proseguía: “Aquella temporada fue un infierno. Cuando alguien que amas muere, es como si te envolviera una niebla. Así fue para mí. Me sentí desorientado. Le eché la culpa a todo”.
Lucha contra el cáncer
En julio de 2018 puso en marcha en Barcelona la Ricky Rubio Foundation contra el cáncer, junto a Víctor Claver, cuyo padre Paco, conocido exjugador y entrenador de balonmano, falleció en 2011 a causa de esa enfermedad, y también junto al cantante Pau Donés, que murió en junio de 2020. “La sonrisa de un niño me hace seguir adelante. Así es como me realizo. Es lo que mamá hubiera querido”.
Las lesiones perturbaron también de manera muy importante la carrera de Ricky. Las dos más graves afectaron a los ligamentos de su rodilla izquierda. La primera, en marzo de 2012, tras un choque con Kobe Bryant en un partido ante los Lakers, le tuvo apartado de las canchas hasta diciembre de ese año y le impidió disputar los Juegos de Londres en los que España volvió a colgarse la medalla de plata tras perder en la final ante Estados Unidos. La segunda se produjo en diciembre de 2021. Estuvo otro año fuera de las pistas y se perdió el Eurobasket que España ganó en Berlín en septiembre de 2022.
Pero antes, en julio de 2021 estuvo a punto de renunciar a competir en los Juegos de Tokio. “Se lo debía a mi familia. Porque había tenido a mi hijo y porque mentalmente fue una temporada muy dura. Le dije a Scariolo que tirasen sin mí. Pero me costaba mucho incluso dormir. Mi mujer, que me conoce mejor que nadie, me convenció. Por eso llamé otra vez a Scariolo y le pregunté si todavía podía entrar en sus planes”. El seleccionador, que siempre confió en Ricky, se tomó a chirigota la pregunta y explicó la conversación: “¿Qué me estás contando?’, le contesté. Eso es también una demostración de su humildad y de cómo es como persona”.
El base fue el líder español en anotación y asistencias en Tokio. Con 38 puntos ante EE UU obtuvo el récord de un jugador español en una cita olímpica: superó los 37 de Pau Gasol. Ricky se perderá el próximo Mundial de Indonesia y Filipinas y ahora todos esperan que esté recuperado para poder formar con su equipo, los Cavaliers, cuando vuelva la NBA en octubre. Koby Altman, director deportivo en Ohio, hizo público un comunicado en el que concluye: “Los caminos difíciles siempre conducen a hermosos destinos. Estamos contigo, Ricky”.
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