España vive un verano de frágil tregua inflacionista. Si julio de 2022 marcó el pico de las subidas de precios de los últimos 39 años, el mismo mes de 2023 se mueve en unas cifras que cualquier gobernante o banquero central hubiera firmado 12 meses atrás, cuando estaba 8,5 puntos más arriba, y lo peor de todo, no había visos de mejora. La situación actual dista mucho de aquella: el Instituto Nacional de Estadística ha confirmado este viernes que el IPC español cerró julio en el 2,3%, muy cerca del 2% recomendado por el BCE. El abaratamiento de la electricidad sigue siendo decisivo para haber llegado a esa cifra: se paga un 41,9% más barata que hace un año.
Aunque se mantiene en uno de los niveles más bajos de la UE, el IPC se incrementa cuatro décimas frente a junio por la evolución de los carburantes, un descenso menor del vestido y el calzado y unos paquetes turísticos que se han encarecido más que en julio del año pasado. Una de las peores noticias tiene que ver con los alimentos. La partida que más quebraderos de cabeza ha provocado a los consumidores en los últimos tiempos, con una cesta de la compra por las nubes, continúa con alzas a doble dígito, y acumula 16 meses rebasando ese umbral. En julio la subida fue del 10,8%, cinco décimas superior a la de junio, lo cual interrumpe una racha de cuatro meses consecutivos de desaceleración. “Este comportamiento es debido a que los precios de las frutas y los aceites y grasas han aumentado este mes, mientras que descendieron en julio de 2022″, explica el INE en una nota. La inflación subyacente, que excluye energía y alimentos frescos, avanza tres décimas hasta el 6,2%.
Entre los alimentos que más suben están el azúcar (44,2%), el aceite de oliva (38,8%), las patatas (22,9%), el arroz (22%), la mantequilla (17,9%) y la leche entera (17,8%).
La temporada alta de verano también se ha dejado notar. Los turistas han visto como sus reservas vacacionales suben de precio frente a otros veranos en medio de la alta demanda una vez concluida la pandemia:: los paquetes nacionales se encarecen un 17,9%, y los internacionales un 17,8%. Los hoteles, hostales y pensiones, por su parte, repuntan un 8,9% frente a julio de 2022 Y los restaurantes un 6,1%.
Además, el alza del petróleo se está trasladando cada vez más a los surtidores, donde los carburantes suman cinco semanas al alza. Influyen las decisiones tomadas por Arabia Saudí y Rusia, que han anunciado recortes unilaterales de la producción de crudo como mínimo hasta septiembre, llevando este agosto los precios de la gasolina por encima de lo que se pagaba un año atrás.
La moderación del IPC general en los últimos meses, unida al alza de los sueldos, ha acortado la brecha de pérdida de poder adquisitivo, e incluso en ciertos casos ha desaparecido por completo: la subida salarial en las grandes empresas y las pymes fue del 5,7% entre abril y julio, por encima de la inflación de ese periodo.
Para Manuel Hidalgo, profesor de Economía Aplicada de la Universidad Pablo de Olavide, el efecto base debería llevar la inflación al entorno del 4% a final de año —por la comparación con esos meses de 2022, cuando el IPC retrocedió con fuerza, sobre todo en septiembre y octubre—. “No es una inflación baja, pero cuando pase ese efecto base, sobre todo en diciembre o enero, volveremos a ver que se modera la inflación”.
La tendencia de fondo es favorable, aunque no del todo exenta de amenazas. “El principal problema seria un nuevo shock energético, pero todo apunta a que vamos a observar lo contrario. Con la crisis de China no hay razones para pensar que el precio de la energía vaya a dispararse”, señala.
El gigante asiático está viviendo un mes aciago: sus exportaciones se derrumbaron en julio, cuando sufrieron su mayor caída desde la pandemia; los precios entraron en terreno negativo por primera vez en más de dos años en medio de una fuerte caída de la demanda interna, azuzando el fantasma de la deflación; su mercado inmobiliario ha vuelto a encender las alarmas con los problemas de Country Garden, uno de los grandes del sector, que ha dejado de pagar los intereses de su deuda; y esta semana EE UU le ha impuesto nuevas restricciones a la compra de tecnología occidental. Todo ese cóctel augura un crecimiento más débil, lo cual sería sinónimo de menos demanda de petróleo por parte del segundo mayor consumidor del planeta, tirando los precios a la baja en los mercados internacionales.
Hay otros factores que podrían tensar la cuerda en sentido contrario. El Fondo Monetario Internacional ha advertido del riesgo para el precio de los alimentos que supone el rechazo de Rusia a prorrogar el acuerdo de exportación del trigo de Ucrania. Y el campo nota la falta de lluvias. Pese a ello, Hidalgo no espera que la sequía vaya a incidir de manera relevante en los precios, salvo en casos puntuales. “Es un inconveniente desagradable porque sube los precios de ciertos productos, pero lo que no podamos producir podemos importarlo, como sucede ahora con el trigo o la cebada. El aceite de oliva es una excepción, porque de España sale un porcentaje alto de la producción global que no puede ser sustituida”, defiende. Aun así, explica que su efecto para los bolsillos es menor que el de un regreso de la crisis energética, “porque no se contagia a otros productos, como sí sucede cuando la energía sube, que traslada los aumentos a otras mercancías”.
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