Sin excusas ni alegaciones fáciles a la presión de un día especial. Sara Khadem, de 26 años, justifica su derrota de este miércoles ante la indonesia Aulia Medina en la Copa del Mundo de Bakú (Azerbaiyán) porque su rival jugó mejor que ella; y punto. Iraní de origen, refugiada en España tras disputar sin velo el Mundial de Rápidas en Kazajistán las pasadas navidades, nacionalizada española por la vía rápida en el Consejo de Ministros del 25 de julio, la 15ª ajedrecista del mundo estrenó su nueva bandera con un revés que la obliga a ganar este jueves para pasar a la 3ª ronda (exenta de la 1ª).
“Medina es, en realidad, una buena jugadora. Yo he evaluado mal la posición tras la apertura [primeros movimientos], pensando que tenía ventaja cuando no era así. Y ella ha aprovechado muy bien mi exceso de optimismo”, explicó a EL PAÍS por teléfono pocos minutos después de su rendición. No mencionó en ningún momento la presión por el estreno de la bandera ni su evidente falta de rodaje: las únicas partidas que ha jugado este año en la modalidad clásica fueron cinco de la Liga Femenina Francesa en mayo (una victoria y cuatro tablas), aparte de torneos rápidos o relámpago en Salamanca, Berlín y Dubái. Sólo lleva unas semanas entrenando con regularidad tras terminar de asentarse en su nueva residencia malagueña y de contratar a una persona que la ayude -también a su marido, Ardeshir, director de cine- a cuidar del hijo de ambos, Sam, de un año.
¿Se siente deprimida? “No, en absoluto. ¿Por qué habría de estarlo? He cometido un error y ella lo ha explotado de manera impecable, sin darme una segunda oportunidad. Pero cada partida es distinta, y mañana [por el jueves] daré lo mejor de mí para remontar y forzar el desempate rápido el viernes. La Copa del Mundo es impredecible, muy distinta a cualquier otro torneo porque un solo error te puede mandar a casa, pero un gran acierto al día siguiente puede anular el fallo”, explicó Khadem, quien ha viajado sin acompañantes a Bakú. “Pero eso tampoco es un problema. En el torneo tengo un montón de viejos amigos”, replicó.
La clave de su buen talante tras un disgusto probablemente esté en su infancia. Niña prodigio y probablemente superdotada -aunque ella cree que no-, se acostumbró a jugar torneos internacionales en malas condiciones desde los ocho años: “Recuerdo, por ejemplo, un dormitorio escolar colectivo en China en condiciones nada recomendables. Pero esas experiencias te hacen más dura”.
Otro episodio significativo ocurrió cuando regresó a Teherán con la medalla de oro del Mundial sub 12. En lugar de felicitarla, su maestra le dijo, sin empatía alguna, que haría mejor en emplear su tiempo en algo más útil que el ajedrez: “Pero yo aguanté, empecé a ir al colegio sólo para los exámenes, estudiando justo los dos días anteriores, salí adelante… y esas experiencias son las que me hacen fuerte en días difíciles como el de hoy”, agrega desde Bakú, donde participa en la Copa del Mundo Femenina (108 jugadoras de 47 países) por una invitación especial de la Federación Internacional (FIDE) en reconocimiento de sus especiales circunstancias y de su brillante trayectoria hasta que llegó a ser la 13ª del mundo en 2020 (antes, en 2017, había sido la 3ª sub 20) y sus protestas contra el Gobierno de Irán frenaron su carrera en seco.
Aunque toma precauciones -como no desvelar en qué ciudad vive- y no oculta su temor a los infiltrados del servicio secreto iraní en la comunidad de ese país residente en España, no está muy preocupada por su seguridad: “Donde más peligro corría fue hace un mes en el torneo de Dubái, que está a pocas millas marítimas de Irán. Pero procuro tener cuidado en todo caso”, explicó hace días a este periódico durante una exhibición en Alcubierre (Huesca), donde la Guardia Civil montó un dispositivo para protegerla.